Por Sara Silva
En marzo del 2020, la ciudad de Nueva York tenía sus calles casi vacías debido a la cuarentena por el COVID-19. Solo los negocios esenciales estaban abiertos y únicamente salíamos a comprar lo indispensable. En mi apartamento estábamos encerrados, llenos de confusión e incertidumbre.
En mi barrio las obras en las calles continuaron sin tregua. Me despertaba a las siete de la mañana de lunes a viernes, asustada y con palpitaciones por el persistente ruido de los martillos hidráulicos que abrían la calle frente a mi edificio. Durante las siguientes ocho horas compartía mi espacio con ese ruido insoportable sin poder escapar de mi casa a ningún lugar. Intenté practicar mi violín y dar clases en línea, pero desistí. Mi tiempo musical solo podía comenzar al final del día cuando los trabajos en la calle terminaban. Ya estaba tan cansada y con dolor de cabeza todo el día que era muy difícil trabajar o estudiar. Algunos vecinos que tenían familia fuera de la ciudad se fueron temporalmente del edificio tratando de buscar un lugar donde pasar la cuarentena en paz.
Después de dos meses insoportables, los trabajos se trasladaron a una calle adyacente y fue allí cuando la ciudad fue invadida por fuegos artificiales ilegales que duraban a veces hasta las 4 am. Sin poder dormir, escuchaba a los pájaros en los arboles frente a mi ventana, volando asustados desde el anochecer hasta las primeras horas de la mañana.
Como violinista y profesora de violín, mi práctica y clases en línea son esenciales para mi sustento. Encontrar un momento de tranquilidad para realizar estas actividades, o descansar, se volvió extremadamente difícil y agotador.
En este video, les cuento mi vivencia con una pieza musical.
Foto del Parque Inwood Hill por Sara Silva.
